martes, 25 de mayo de 2010


EL MATRIMONIO EN LA IGLESIA

Nuestra participación como ciudadano del Reino de Dios se realiza en forma máxima dentro de la Eucaristía, es decir, la Divina Liturgia. En ella, Cristo mismo conduce a la asamblea, y la asamblea se transforma en Su Cuerpo. Todas las divisiones entre sucesos históricos y la eternidad son rotas. Es desde esta perspectiva que el verdadero significado del Matrimonio como Sacramento se comprende.

En la actualidad, este Sacramento generalmente se celebra en un oficio bellísimo, pero no junto a la Divina Liturgia. Sin embargo, es significativo tomar en cuenta que originalmente los Cristianos Ortodoxos iniciaban su vida matrimonial asistiendo juntos a la Divina Liturgia y recibiendo la bendición del Obispo con una simple oración en que se pedía a Dios que uniera a la pareja. Desde esta perspectiva, se comprende el concepto del matrimonio afirmado por nuestra Iglesia: se enfatiza y se vivencia la identidad de los novios en la Divina Liturgia. El más importante hecho que señala a la persona como miembro de la Iglesia Católica apostólica Ortodoxa es su participación en la Divina Liturgia, recibiendo la Santa Comunión. Esta relación del Sacramento del Matrimonio con la Santa Eucaristía que proviene de la iglesia primitiva aun se mantiene mediante la práctica actual en que los novios asisten a la Divina Liturgia y comulgan juntos en el domingo o la festividad anterior a la celebración de su boda.

Se entiende, naturalmente, que la pareja ha dado su libre consentimiento para unir sus vidas como marido y mujer en amor, compromiso y fidelidad. Sin embargo, no es este consentimiento por si solo que hace que el Matrimonio sea un Sacramento. (De hecho, el matrimonio civil también requiere el libre consentimiento de la pareja.) Lo que hace que el matrimonio sea un sacramento es que los novios se presentan como pareja en la presencia de la comunidad reunida de la Iglesia, participen como pareja en la Santa Eucaristía y de la experiencia total de la Divina Liturgia, y reciben la bendición del Obispo o del Sacerdote en la presencia de la Iglesia. A diferencia de los matrimonios civiles, el matrimonio en la Iglesia tiene un significado especial : es incorporado a la vida misma de la Iglesia, y santificado y bendecido por la gracia de Dios. Esta gracia es derramada sobre la pareja, que desde ese momento se esforzará, mútuamente, por su santificación. Marido y mujer se comprometen a vivir en unión y amor, caminado juntos en el camino de la santificación, apoyándose mutuamente en esta vocación.
Las palabras claves en el oficio del Matrimonio en la Iglesia Ortodoxa son las que pronuncia el sacerdote en el momento en que une las manos de los novios delante el altar. Invoca a Dios diciendo, "…extiende ahora Tu mano desde lo alto de Tu Santa Morada y une a este tu siervo N. (nombre del novio) con esta Tu sierva N. (nombre de la novia), ya que por Ti la mujer se une con el hombre…" Durante esta oración, las manos de la novia, las del novio y las del sacerdote son unidas, mostrando el hecho de que la pareja se vuelve una en la presencia de la Iglesia, mediante la acción de Dios y su gracia santificante.

De acuerdo a la fe Ortodoxa, entonces, el matrimonio no es simplemente el acuerdo entre un hombre y una mujer para compartir sus vidas, ni tampoco es una sanción legal. El matrimonio no se realiza por la pareja misma, con el clérigo y la congregación como testigos de su decisión. Su unión, basada en su libre voluntad de unirse en amor como marido y mujer, se vuelve Sacramento, Misterio de la Iglesia, precisamente porque son unidos como Cristianos Ortodoxos, miembros plenos de la comunidad eucarística, que juntos comparten el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor y Salvador Jesucristo, y que reciben la gracia de Dios para su unión mediante el ministerio de la Iglesia entera en la persona del Obispo o del Sacerdote, y en presencia del Pueblo de Dios congregado.

La Iglesia Ortodoxa bendice y santifica el misterio nupcial de por vida, ya que el compromiso de parte de los novios ha de ser total y pleno, para que su unión sea completa. Tal como su lealtad a Dios ha de ser permanente, total e incondicional, así también su unidad mutua, santificada e incorporada en la relación divina por medio del Sacramento, debe ser permanente, total e incondicional.

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