jueves, 1 de abril de 2021


·       SANTA Y GRAN CUARESMA ORTODOXA

HOMILÍA DE SAN VICENTE DE LÉRINS

En este domingo la Iglesia celebró el triunfo de la Ortodoxia sobre la persecución de santos iconos por el movimiento de los iconoclastas que duró mas de 100 años entre los siglos VII y VIII. Con ocasión del domingo de la Ortodoxia, cuando la Iglesia celebra su victoria, no solamente sobre el iconoclasmo, sino también sobre todas las herejías, quiero reproducir aquí extractos del Commonitorium de San Vicente de Lérins (+ hacia 450), cuyo deseo era definir la “regla para distinguir la verdad del error”.

“A menudo, con el mayor cuidado y con mucha atención, he interrogado a numerosos hombres, tanto santos como sabios. A todos les he preguntado: “¿Existe una regla segura, de aplicación general, canónica en alguna forma, que me permita distinguir la verdadera fe católica (es decir, universal y ortodoxa o verdadera) del error de las herejías?”. De todos siempre he recibido la misma respuesta: ‘Si quieres, tú o cualquier cristiano (...), permanecer sano y sin mancha en una Fe sana, con la ayuda del Señor, entonces protege tu Fe bajo la autoridad de la ley de Dios (es decir, la Santa Escritura), luego sobre la Tradición de la Iglesia’. Quizá se me objete: ‘Pero el canon de las Escrituras es perfecto; es suficiente ampliamente con esto. ¿Por qué, pues, añadir la autoridad de la interpretación que da la Iglesia?’. Precisamente porque el sentido de la Escritura es tan profundo que todos no lo entienden parcialmente, ni universalmente. Las mismas palabras son interpretadas de forma diferente por unos y por otros. Se podría casi decir que hay tantos comentarios de la Escritura como lectores. Novaciano explicaba la Escritura de cierta forma; Sabelio de otra; Donato tenía sus propias ideas sobre el tema, y Arrio, Eunomio, Macedonio, Fotino, Apolinario, Prisciliano, Joviniano, Pelagio, Celestino, Nestorio... todos tuvieron su propia opinión personal... Así pues, es necesario, ante este error tan variado, someter la interpretación de los Libros proféticos y apostólicos a la regla del sentido eclesiástico y ortodoxo. En la Iglesia Ortodoxa misma, es necesario velar con el mayor cuidado para tener por verdadero lo que ha sido creído en todo, siempre y por todos... Cuanto más pienso en esto, más me asombro de la locura de algunos, de la impiedad de su alma cegada, de su pasión por el error. Pues no se contentan con una regla de fe tradicional, recibida desde la antigüedad, sino que día tras día, quieren algo nuevo, siempre nuevo. Arden siempre por la envidia de añadir, de cambiar, de suprimir algo en la religión. Como si no tuviera un dogma celeste suficiente que nos haya sido revelado, sino más bien como si se tratara de alguna doctrina terrestre que no llegara a la perfección más que con constantes correcciones. Por tanto, las palabras divinas proclaman: “No trasplantes los hitos antiguos, los que plantaron tus padres” (Proverbios 22:28), y también: “No litigues contra el juez” (Eclesiástico 8:14), y “quien destruye un vallado le muerde la serpiente” (Eclesiastés 10:8), e incluso esta palabra del apóstol que, como una espada espiritual, decapitará siempre las novedades criminales de la herejía: “Oh Timoteo, cuida el depósito, evitando las palabrerías profanas y las objeciones de la pseudo-ciencia. Por profesarla algunos se han extraviado de la fe” (1ª Timoteo 6:20-21). (...). ¿Qué es un depósito? Se te ha confiado un depósito, no lo has encontrado tú. Es algo que has recibido y no has hecho tú mismo, no proviene de tu inteligencia personal, sino de la doctrina, no está reservado para uso privado, sino que forma parte de una tradición pública. Ha venido a ti, y no eres el autor, sino un simple guardián. No lo has instituido... No lo diriges, debes seguirlo. Conserva, pues, inviolado e intacto este talento (Mateo 25:14) de la Fe verdadera. Lo que se te ha confiado, guárdalo en ti y transmítelo. Has recibido oro, y es oro lo que hay que entregar. No admito que sustituyas impúdicamente una cosa por otra, como plomo o bronce por el oro. No quiero ni mezcla ni aleación, sino oro puro....”.

 

 

LA ORACION COMO CAMINO HACIA DIOS

En la oración encontramos aquel bálsamo para poder soportar todas las vicisitudes que se presentan en nuestro duro camino.

Orar es hablar con Dios. Este acto tan sublime jamás podría ser mecánico o meramente repetitivo. La oración debe ser hecha desde lo más profundo de nuestro corazón, con verdadera devoción a lo Divino. La ciencia de orar consiste en tener un correcto estado de conciencia, formular las peticiones y decir con el corazón. Las oraciones son fórmulas para llegar a Dios. Hay que llegar a Dios con el corazón. Una oración bien hecha establece una conexión entre lo humano y lo Divino.

¿Sentimos acercarnos a Dios mientras oramos?

Muchas veces oramos sin estar conectados con los planos superiores de Conciencia. Repetir una oración sin una preparación, sin la "ciencia de orar", no nos traerá prácticamente ningún beneficio. Hay que tener verdadera convicción, humildad y algo más. Hay que expresar en esos instantes la Conciencia, porque ella es la vía de experiencia directa con nuestro propio Dios, que desde lo más profundo envía su sabiduría para indicar el Camino de la Redención, “porque tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cuando hayas cerrado la puerta, ora a tu Padre que está en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará”. Así hablaba nuestro Divino Redentor.  (Mateo 6:6)

la Fe es el poder más tremendo que existe en el Universo. La Fe mueve montañas. 

La oración y la Fe son hermanas. Tener Fe significa tener una experiencia directa con Dios. Una oración hecha de forma adecuada, con el alma y con el corazón, puede elevarse hasta los cielos y seguir palpitando en el Cosmos infinito. Así, nos identificamos ante Dios como hombres y mujeres sedientos de paz, amor y sabiduría.

La oración puede ser para pedir una cura, un perdón, para agradecer o pedir protección tanto para uno mismo, como para el prójimo o para toda la humanidad.

La oración más poderosa conocida es el "Padre Nuestro" enseñado por el gran Maestro Jesús. Un Padre Nuestro bien hecho requiere mucha reflexión y mucha meditación. Cada petición debe ser asimilada por nuestra Conciencia, por eso en palabras del propio Divino Redentor, “cuando oreis, no useis vanas repeticiones” (Mateo 6:7).

 

 

 


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