MEDITANDO SOBRE EL
ECUMENISMO
Bendito es el Reino del Padre, del Hijo y
del Espíritu Santo, Amén
En nuestra iglesia el día 19 celebramos la Epifanía, el bautismo
del Señor y la Gran Santificación de las Aguas, con la ya tradicional bendición
en el río Sisalde. El día 7 hemos celebrado la Santa Navidad.
Que el nacimiento del mismo Dios, el
sacrificio de la Redención, su presencia entre nosotros hasta el fin de los
tiempos... sea algo más que el mayor acontecimiento de la humanidad. Que esa
Redención se manifieste plenamente en nuestros corazones. Que para nosotros ese
sacrificio no haya sido en vano. Que el Niño Dios nazca sobre todo en el
corazón de cada uno de nosotros. Esta es la Navidad.
Celebramos un nuevo
encuentro hacia la comunión entre las distintas iglesias cristianas. Cuando
nosotros después de la Consagración elevamos los Santos Dones, al mismo tiempo
que oramos diciendo “Lo tuyo, de lo tuyo, por todo y para todos”, proclamamos
con este Misterio del Cuerpo y la Sangre del Divino Redentor, el sacramento
inseparable de la unidad en todo y para todos.
Y
debemos ser conscientes todos que la comunión entre nosotros no es un tema de
dialogo, de estudio, de conocernos… todo esto es necesario, y conocernos es
mucho mas necesario todavía, pero la comunión entre nosotros es un tema de
oración. Oración desde lo mas profundo del corazón. “Orad sin cesar, pedid y se
os dará, llamad y se os abrirá…”
Dice
el Evangelio: Cuando llegaron al gentío, vino a El un hombre que se arrodilló
delante de El, diciendo: Señor, ten misericordia de mi hijo,
que es lunático, y padece muchísimo; porque muchas veces cae en el fuego, y
muchas en el agua. Y lo he traído a tus discípulos, pero no le han podido
sanar.… Y reprendió Jesús al demonio, el cual salió del muchacho, y éste quedó
sano desde aquella hora. Viniendo entonces los discípulos a
Jesús, aparte, dijeron: ¿Por qué nosotros no pudimos echarlo fuera? Jesús les
dijo: Por vuestra poca fe;… esta clase de demonios no sale sino con oración y
ayuno. (Mr. 9.14-29; Lc. 9.37-43).
Este,
solo éste es el camino que nos llevará a sentarnos en la Mesa Común a la que
hemos sido invitados…
¿Que responsabilidad tenemos nosotros en esta situación? “Vosotros sois la luz del mundo”, dijo el
Maestro. “Vosotros sois la sal de la tierra…” Somos nosotros luz para el mundo?
¡Pues qué luz mas tenue..! Somos nosotros la sal de la tierra..? pues parece
que todos somos hipertensos... Yo hoy quiero pedirles que nos olvidemos unos
instantes del ecumenismo, que nos olvidemos de la unidad de los cristianos solo
por unos instantes y que miremos a nuestros corazones, que es el lugar de Dios
dentro de nosotros y nos preguntemos, ¿somos nosotros luz del mundo? Quién es
el mundo para mi, para cada uno de nosotros? Qué luz ven en mi los que me
rodean? Mis padres, mi cónyuge, mis hermanos, mis hijos, mis compañeros de
trabajo, mis amigos… qué luz ven en mi? Los paganos cuando hablaban de los
primeros cristianos, decían: “mirad como se aman”. Los primeros cristianos
cumplían el mandamiento del Maestro… y hoy los paganos de nuestro tiempo qué
dicen de nosotros? Qué dicen de mi? No lo que dicen del que está a mi lado, o
lo que dicen de aquel cura de aquella parroquia… Cuando alguien se acerca a
nosotros qué recibe? Recibe amor, paz, consuelo, ayuda, comprensión,
disponibilidad… Recordar que nosotros nunca podemos dar lo que no tenemos…
Martin Luter King decia: No me duele que la gente mala haga cosas malas, pero
me duelo que la gente buena, pudiendo hacer cosas buenas, no las haga…
Decía San Agustín: No busqueis la Verdad fuera de vosotros… Pues yo hoy
quiero pedirles que miremos a nuestro corazón, porque es el lugar mas sagrado,
es el lugar de Dios dentro de nosotros mismos. Dios habla desde el corazón de
cada hombre y cada mujer de todos los tiempos y es imprescindible que
aprendamos a leer esos mensajes, pero con el lenguaje del alma, con el lenguaje
del corazón y no con el lenguaje de la letra muerta. Dios no habla al
intelecto, a la mente. Nuestra mente es ese lugar en el que almacenamos
nuestras frustraciones, nuestros traumas, nuestros conflictos, nuestras
ilusiones, nuestros vicios,… Y lo malo es que vivimos en nuestra mente y no
vamos al corazón, por eso no coincidimos con Dios…y entonces sentimos vacío,
sentimos su ausencia, creemos que ya no está o ya no existe… Dios se manifiesta
permanentemente dentro de nosotros, en nuestro corazón, pero siempre nos encuentra
ocupados. Regateamos su tiempo, regateamos esfuerzos, a Dios le dedicamos unos
ratos libres, o acudimos a El cuando truena… Cuentan que un discípulo preguntó
a su maestro que tenía que hacer para alcanzar la iluminación y el maestro le
metió la cabeza en el agua hasta casi ahogarse y cuando le retiro la cabeza el
discípulo trato de coger aire con todas sus fuerzas y el maestro le dijo:
cuando busques a Dios con la misma fuerza como para coger aire, alcanzarás la
iluminación. A nosotros nos va la vida en la búsqueda de Dios…Es la aventura
mas apasionante de nuestra existencia.
Nosotros tenemos la Oración del Corazón, mística de la Iglesia Ortodoxa,
que nace en el ciego de Jericó, se consolida en los padres del desierto, tiene
su continuidad en el Monte Athos. Es una oración destinada a las 24 horas del
día. Como decía el Apóstol Pablo: Orad sin cesar… Yo me inicié en esta oración
hace ya muchos años un día a las 10 de la noche. Me metí en cama e inicié esta
práctica y no se cuando me dormí. Desperté a las 4 de la mañana y continuaba
con la oración sin haberse interrumpido… entonces entendí aquel libro del
Antiguo Testamente, El Cantar de los Cantares, cuando dice: Yo duermo, pero mi
corazón vela… Si nosotros alcanzamos ese sentimiento de estar siempre en la
presencia de Dios nuestra vida y nuestros actos serán totalmente distintos.
Cuando nosotros seamos conscientes de la presencia permanente de Dios en
nuestras vidas, todo cambiará en nosotros. Y tú, cada día o cada domingo que
vayas a la iglesia, a la Divina Liturgia, no te preocupes si sois 5, 50 o
5.000, preocúpate solo de que estás tú… y preocúpate de que en ese momento
Cristo se ha hecho presencia real sobre la sagrada mesa del altar,
exclusivamente para ti. No para los otros, para los demás, sino para ti. Y
cuando veas a otro cristiano, cualquiera que sea su fe, recuerda siempre que en
su corazón está Dios, que es hijo del mismo Padre, que ha sido bautizado en
nombre del mismo Cristo, redimido por la misma sangre y que es, como tú, un
caminante que peregrina por esta vida hacia la Casa Común, hacia la Casa del
Padre. Y entonces entenderás plenamente el ecumenismo, entenderás lo que
significa la unidad de los cristianos. Y cuando entiendas todo esto, entenderás
aquello que decía el Apóstol: “No soy yo quien vive, es Cristo que vive en mí”.
Recordemos,
recordémoslo bien, que todos estos demonios solo se expulsan con la oración y
el ayuno…
Padre Dámaso
No hay comentarios:
Publicar un comentario