lunes, 4 de abril de 2011


LA MEDITACION

COMO EXPERIENCIA INTERIOR

“Por esta razón me arrodillo delante del Padre, de quien recibe nombre toda familia en el cielo y en la tierra. Le pido que por medio del Espíritu y con el poder que procede de sus gloriosas riquezas, os fortalezca en lo íntimo de vuestro ser para que por fe Cristo habite en vuestros corazones”. (Efesios 3: 14-16).

Las palabras que usemos para poder vivir el mensaje Cristiano en la experiencia Cristica, deben estar cargadas de fuerza y de poder, pero solo pueden estar cargadas de fuerza y de poder si surgen del silencio del Espíritu de nuestro Ser interno.

Aprender a decir y a vivir en todo momento la presencia de la Oracion del Corazón, renunciar a otras palabras, ideas, imaginación y fantasías, vivir permanentemente en el presente, es aprender a entrar a la presencia del Espíritu que vive en nuestro corazón interno.

El Espíritu de Dios vive en nuestros corazones en silencio, y es en humildad y fe que debemos entrar a esta presencia del silencio. San Pablo termina este texto a los Efesios con estas palabras: “...que conozcan ese amor que sobrepasa nuestro conocimiento, para que sean llenos de la plenitud de Dios”.

La meditación es simultáneamente, un camino de fe y un modo de visión. En la medida en que la fe se profundiza, la visión se vuelve más clara; y cuando vemos con suficiente intensidad y viveza, ya hemos cambiado nuestra dirección. El instante real de cambio - como el de una resurrección de los muertos - siempre está oculto en el momento en el que el grado de visión alcanza el punto crítico. Nunca podremos ver a Dios como un objeto sino sólo participar de la visión que Él tiene de nosotros, que - como nuestro ego admite a regañadientes - no es el final de la historia sino parte de una visión infinitamente más grande de la que podemos imaginar.

Debemos partir de aquel principio de San Agustin: “Si lo puedes comprender no es Dios”.

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