LA DORMICION DE LA SANTISIMA
MADRE DE DIOS.
28 DE AGOSTO SEGUN EL
CALENDARIO JULIANO O ANTIGUO CALENDARIO Y 15 DE AGOSTO SEGUN EL GREGORIANO O
NUEVO CALENDARIO
Después de
la ascensión del Señor, la Madre de Dios permaneció bajo el cuidado del apóstol
y evangelista Juan, y durante los viajes de este ella solía quedarse en la casa
de sus allegados cerca del Monte de los Olivos. Su función en la primitiva
iglesia fue ser fuente de consolación y de edificación tanto para los apóstoles
como para los creyentes.
Durante la
persecución que inició el rey Herodes en contra de la joven Iglesia de Cristo
(Hechos 12:1-3), la Madre de Dios y el Apóstol Juan se dirigieron a la ciudad
de Éfeso en el año 43. También viajó a Chipre para estar con San Lázaro, el resucitado
por el Señor, donde este era obispo y también estuvo en el Monte Athos.
Las
circunstancias en que sucedió la dormición de la Madre de Dios se conocieron en
la Iglesia Ortodoxa desde tiempos apostólicos y esta Santa Tradicion permanecio
arraigada hasta el dia de hoy.
En el
momento de su dormición, la Madre de Dios estaba de regreso en Jerusalén. Día y
noche perseveraba en la oración e iba con frecuencia al Santo Sepulcro. En una
de esas visitas, el Arcángel Gabriel apareció ante ella y le anunció que pronto
dejaría esta vida. Así es que ella decidió visitar por última vez Belén
llevando consigo las tres jóvenes que la atendían (Séfora, Abigail y Jael).
Antes de esto le anunció a José de Arimatea y a otros discípulos que pronto
partiría de este mundo.
En su
oración, la Madre de Dios pidió que el Apóstol Juan viniera a verla por última vez. El Espíritu
Santo lo trajo desde Éfeso. Después de la oración, María ofreció incienso y
Juan escuchó una voz del cielo que concluía la oración de la Virgen y que decía
“amén”. La Madre de Dios interpretó que la voz significaba que pronto los
apóstoles y los discípulos llegarían hasta el lugar en el que ella se
encontraba.
Los
creyentes, reunidos en gran número a su alrededor, dice San Juan Damasceno,
escucharon las últimas palabras de la Madre de Dios. Ninguno sabía la razón de encontrarse
presentes en este lugar hasta que San Juan se acercó a ellos, con lágrimas, y
explicándoles que el Señor había decidido juntarlos a todos nuevamente para la
dormición de la Madre de Dios.
También
apareció entre los presentes el apóstol Pablo con sus discípulos Dionisio el
Areopagita, Hieroteos y San Timoteo y algunos de los setenta.
A la tercera
hora del día (9 de la mañana) la dormición de la Madre de Dios se llevó a cabo.
Los apóstoles se acercaron a su lecho y ofrecieron alabanzas a Dios. De
repente, la luz de la divina Gloria resplandeció enfrente de ellos. El mismo
Cristo apareció rodeado de ángeles y profetas.
Viendo a su
Hijo, la Virgen María exclamó “mi alma magnifica al Señor y mi espíritu se
regocija en Dios mi salvador por que ha visto la humildad de su esclava” (Lc
1:46). Así entregó su alma a su Hijo y Dios; milagrosa fue la vida de la
Purísima Virgen y maravillosa su dormición.
A partir de
ese momento comenzaron a preparar el entierro de su cuerpo purísimo. Los
apóstoles fueron los encargados de llevar su féretro sobre sus hombros. Esta
procesión se realizó por toda Jerusalén hasta llegar al jardín del Getsemaní.
Un sacerdote
judío de aquella ciudad llamado Efonio, lleno de odio, quiso tirar el féretro
que transportaba el cuerpo de la Purísima Madre de Dios. El Arcángel Miguel
cortó sus manos. Viendo esto se arrepintió y confesó la majestad de la Madre de
Dios y así comenzó a ser un ferviente seguidor de Cristo.
Cuando la procesión
llegó al jardín del Getsemaní, los apóstoles y los discípulos comenzaron a dar
el último adiós a la Virgen María. Recién a medianoche lograron depositar el
cuerpo dentro del sepulcro y sellar la entrada con una gran piedra.
Por tres
días no se fueron de ese lugar, orando y cantando salmos. Por la providencia de
Dios, el apóstol Tomás no estuvo presente en el funeral. Llegando el tercer día
a Getsemaní se acercó a la tumba y allí lloró preguntándose por qué no se le
había permitido a él presenciar la
partida de la Madre de Dios. Los apóstoles decidieron abrir la tumba para que
Tomás pudiera dar su último adiós. Cuando abrieron el sepulcro, solo
encontraron sus lienzos y entendieron que su cuerpo también había sido recibido
en los cielos por Nuestro Señor.
La tarde del
mismo día, estando los apóstoles reunidos en una casa para poder comer, la
Madre de Dios se les apareció y les dijo: “Regocíjaos, estaré con vosotros
todos los días de vuestras vidas”. Ellos exclamaron “Santísima Madre de Dios,
sálvanos” iniciando esta exclamación que acompañará a la Iglesia eternamente.
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